La experiencia de escuchar música con calidad
Los empresarios musicales deben aborrecer la era digital. Después de todo, hubo una vez en la que te podían vender un pequeño pedazo de plástico metido en cajas de pésima calidad a un precio exorbitante. Y la gente pagaba. ¡Claro que pagábamos! No podemos vivir sin música.
La muerte del CD
Cualquier sábado en la tarde, en la mitad de los años noventa, hubiera ido a Mixup o a Pericoapa —en la Ciudad de México— a echarle un vistazo a los nuevos lanzamientos musicales. Casi siempre hubiera regresado a casa con uno o dos CDs. Habría desempacado uno de ellos con la placentera ansiedad del que disfruta sus adicciones y me hubiera sentado a escuchar la nueva adquisición reconcentradamente. Esa experiencia con los discos compactos ya no es como era antes. Ahora es, de hecho, profundamente obsoleta.
Escuchar música sigue siendo para mí la segunda actividad más placentera después del sexo (y a veces, incluso, compite con la primera), pero el CD ya no ofrece la misma satisfacción de antaño. No lo digo sólo yo, sino buena parte de los consumidores alrededor del mundo. Las ventas de discos compactos han ido en descenso cada año desde hace más de una década, debido a que éstos ya no encuentran su lugar en un mundo en donde resulta infinitamente más sencillo reproducir y transferir archivos digitales, ya sea legal o ilegalmente.
Esto no significa que hacerse de la versión física ―de “carne y hueso”― de un álbum ya no valga la pena. Mientras la industria discográfica se debate entre la resurrección y la hecatombe, los discos de vinil están experimentando un regreso prodigioso. Esta puesta en forma se puede apreciar en los anaqueles de las tiendas de música donde, de manera tímida pero consistente, las portadas de 30 x 31 centímetros empiezan a apropiarse de los espacios que durante tanto tiempo ocuparon las frágiles cajuchas de CDs; ésas que, no pocas veces, se quebraban apenas quitaba uno el celofán.
El renacimiento del LP no es sólo una tendencia anecdótica. Mientras las ventas de formatos físicos en general declinan, las de discos de vinil registran el aumento más significativo en décadas. En 2014 éstas se incrementaron en 38 por ciento. La escalada ha sido gradual, pero sostenida, alcanzando 8.3 millones de unidades vendidas en Estados Unidos en el último año, mientras que en 2007 sólo se vendía un millón de unidades. Este auge ha rebasado incluso a las plantas productoras de discos que, en muchos casos, han resultado insuficientes para satisfacer la súbita demanda. No es raro que los álbumes se agoten en las tiendas y se conviertan en objetos de culto que llegan a alcanzar hasta el cuádruple de su valor en sitios como eBay o Discogs.
Ésta no será la primera ni la última vez que se dice que el disco de vinil está a la alza después de haber sido considerado un formato muerto. No obstante, el porqué detrás de este fenómeno es un asunto mucho más interesante, aunque también algo impreciso.
Desde luego, ésta no será la primera ni la última vez que se dice que el disco de vinil está a la alza después de haber sido considerado un formato muerto. No obstante, el porqué detrás de este fenómeno es un asunto mucho más interesante, aunque también algo impreciso. Actualmente el consumidor de música puede elegir entre la descarga digital, el CD, el disco de vinil e, incluso, ¡el casete! Es decir, la gente no está obligada a comprar viniles como lo estuvo en la mitad del siglo XX o en algún momento de la década de los noventa con los CDs. Y, sin embargo, lo hace. El tema adquiere aún más relevancia si se toma en cuenta que el disco de vinil es el soporte musical más caro actualmente en el mercado. Parece, pues, que en un mundo donde el CD se ha vuelto obsoleto y los archivos digitales son bienes intangibles el LP ostenta un valor físico que hace que el dinero invertido en él valga más la pena. Así que si la industria musical quiere sobrevivir deberá poner especial atención en las razones por las cuales la gente está comprando éste y no otros formatos más baratos.
¿Para qué comprar?
En pleno 2015, para la mayoría no hay un motivo sólido por el cual comprar música. Desde luego, existe el argumento moral de que debemos apoyar a los artistas, que también ellos tienen familias que alimentar y blah, blah, blah. La realidad es que nunca se podrá forzar a las personas a que gasten su dinero si éstas no tienen la necesidad de hacerlo. Hoy tampoco existe una estrategia concreta por parte de la industria musical que motive a los consumidores.
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